La contaminación lumínica puede manifestarse de diversas formas.
Una de ellas es la 'intrusión lumínica', cuando la luz invade áreas que deberían permanecer en oscuridad, como cuando "la luz de una farola inunda nuestro dormitorio a las 3 de la mañana".
Otro tipo es el 'deslumbramiento', causado por luces mal orientadas que impactan directamente en los ojos, como las de las carreteras o monumentos.
Sin embargo, la forma más reconocida de este tipo de contaminación es el 'brillo artificial' o 'skyglow', que impide la observación de cielos estrellados y afecta a la investigación astronómica.
Este brillo es el resultado de la dispersión de la luz en la atmósfera, explica Pelegrina.
La luz, al ser una onda electromagnética, se dispersa al chocar con partículas en la atmósfera, invadiendo grandes áreas.
La contaminación lumínica en los ecosistemas
La contaminación lumínica tiene graves efectos sobre los ecosistemas.
Un ejemplo es el de las pardelas, aves migratorias que crían en Baleares y Canarias y que mueren en grandes números porque la luz de las ciudades las desorienta, llevándolas a chocar con edificios o ser atropelladas.
Los insectos nocturnos, que necesitan la oscuridad para realizar funciones básicas como la reproducción y alimentación, son también grandes afectados, con un efecto devastador sobre ellos, lo que a su vez impacta en la polinización de cultivos y plantas con flor.
La luz también detiene la producción de melatonina, una hormona crucial para el sueño y la salud en general, elevando los riesgos de enfermedades debilitantes.
Además, la contaminación lumínica afecta a la salud humana al interferir en el ritmo circadiano, regulado por la alternancia entre día y noche.
Esta interrupción puede provocar cronodisrupción, relacionada con enfermedades cardiovasculares, alteraciones del sueño y un mayor riesgo de cáncer.