Los bosques de laurisilva podrían definirse como auténticos fósiles vivientes, ya que hace cientos de miles de años poblaban también la cuenca mediterránea, así como otras regiones subtropicales del globo. La laurisilva, que no soporta el frío, fue desapareciendo de muchos de estos lugares durante la última glaciación, y solamente fue capaz de sobrevivir en unos pocos puntos del planeta, en los que las temperaturas durante la glaciación se mantuvieron más suaves. Entre estos lugares se encuentran los archipiélagos macaronésicos: Azores, Madeira y, por supuesto, las islas Canarias, donde podemos presumir de tener los bosques de laurisilva mejor conservados de todo el mundo, unos bosques relictos con origen en aquellos antiquísimos bosques terciarios. Originariamente, la laurisilva ocupó una gran extensión de bosque en las vertientes a barlovento de las Canarias centrales y occidentales, pero una explotación intensiva de sus recursos desde los primeros tiempos de la conquista de las islas redujo muchísimo las formaciones de este bosque. A día de hoy, la mejor representación de bosques de laurisilva en nuestro archipiélago se encuentra en la isla de La Gomera, en el Parque Nacional de Garajonay, declarado también Patrimonio de la Humanidad. La Palma, El Hierro, Tenerife y, en menor medida, Gran Canaria, también exhiben buenos ejemplos de estos bosques. Los bosques de laurisilva sólo son capaces de desarrollarse en zonas donde impacta directamente el alisio, trayendo el mar de nubes y la humedad contenida en él. La laurisilva es capaz de recoger esta humedad, condensándola sobre las hojas de las plantas y ocasionando un goteo constante hacia el suelo. Este fenómeno, conocido como lluvia horizontal, en ciertas zonas del bosque llega a triplicar la cantidad de agua caída por precipitación.