La serie Black Bird se inspira en la serie Mindhunter, no solo en la elaboración de perfiles de asesinos en serie, sino también en la inspiración del actor Paul Walter Hause en el trabajo de Cameron Britton como el asesino Edmund Kemper.
La serie nos permite entrar en la mente de un asesino en serie, diseccionar el mal absoluto, sus raíces, los cómo y porqués que llevan a una persona a matar una y otra vez con método construido a lo largo de años de actividad.
Hause se roba el espectáculo como un Larry Hall al que dota de muchas aristas.
Uno termina la serie por no saber dónde empieza el psicópata que viola, mata y entierra jóvenes, donde queda el hombretón ingenuo e inmaduro con una infancia difícil y donde termina el fabulador de historias con afán de protagonismo.
O como el mismo dice, que lo vean.
La serie nos cuenta la última carta que jugó el FBI, allá en los ochenta, casi a la desesperada, para obtener pruebas que frenen su excarcelación.
Convencer a otro preso de que se haga su amigo y con sutileza, logre sonsacarle la ubicación de esas tumbas o al menos alguna prueba sólida que vincule a Bird con los asesinatos.
También nos recuerda las dificultades a la que se enfrenta la justicia para reunir pruebas sólidas para encarcelar a un asesino que cambia continuamente de versión de los hechos.
Y en España tenemos casos muy recientes y que pese a que sus autores siguen o en la cárcel o bajo sospecha se han negado a decir donde enterraron el cuerpo de sus víctimas.
De lo mejor del año, sin alcanzar el nivel de Mindhunter, hubiera funcionado perfectamente como una subtrama de una hipotética tercera temporada que ya no habrá, pero que nos cura de la nostalgia.
Destacar el último trabajo de Ray Liotta interpretando al padre de Keene, apenas unas breves apariciones en la miniserie para despedir a un actor mítico.