La conquista del Archipiélago Canario duró aproximadamente un siglo.
En una primera etapa —que abarcó desde 1402 a 1476— se trató de una iniciativa particular centrada en el sometimiento de las islas de Fuerteventura, Lanzarote, El Hierro y La Gomera, conocidas desde entonces como las islas de señorío; pero, entre 1478 y 1496, la Corona de Castilla se ocupó de la conquista de las denominadas islas de realengo: Gran Canaria, La Palma y Tenerife.
El Adelantado, Alonso Fernández de Lugo, fue designado por los Reyes Católicos como capitán y gobernador vitalicio de las islas de La Palma y Tenerife, encontrando esta última dividida en cantones o menceyatos, unos de paces y otros de guerra.
Conforme avanzaban los castellanos por el territorio tinerfeño, fueron sorprendidos y derrotados por los guanches en una refriega que pasó a conocerse como la Matanza de Acentejo, tras la cual el Adelantado decide retirarse en busca de nuevos efectivos para culminar su empresa militar.
En julio de 1496, la resistencia aborigen había cedido y en septiembre se dio por finalizada la conquista, quedando el Archipiélago incorporado a la Corona de Castilla.
La conquista generó los primeros documentos escritos sobre el pasado de las islas, algunos extranjeros, como la crónica normanda Le Canarien.
Sobre este relato, el ejemplar que se conserva en el Museo es una primera edición a cargo de Pierre Bergeron (1630).